sábado, 20 de octubre de 2012

Golpe de mar


Si de algo debemos ser conscientes en esta vida es de que la misma se nos escapa. 
Accidentes de tráfico, infartos, el maldito cáncer, el tabaco, la heroína,  el colesterol, los derrumbes, los desastres, las escopetas cargadas por el diablo, la angustia, la paranoia, los disgustos, la esquizofrenia, los coches y sus carburantes, el aire contaminado, toda la mierda que nos llevamos a la boca y toda esa otra mierda que nos obligan a tomar "por nuestra salud".

 El devenir del día a día que va quemando nuestras entrañas, puliendo nuestra alma, arañando cada gramo del "yo" más profundo y cicatrizando heridas sin curar.

Un paso adelante, dos pasos atrás.

El barco navega, viento el popa, izadas las velas y a buen recaudo la tripulación.
Un golpe de mar acabará con cada sístole, mujeres y niños primero, sálvese quien pueda, viento en popa a toda vela, no nos ha dado tiempo todavía a perder de vista la costa y ya hay dudas creciendo, olas que el viento va alimentando a la vez que levanta el cabeceo de la nave.

No viajamos a la deriva, y tampoco tenemos un rumbo fijo, sabemos a donde queremos llegar, pero no el camino. Tampoco estamos seguros del todo, de que el rumbo que estamos tomando sea el adecuado, ensayo y error, replanteamiento y repetición.

Cada arfada nos va devolviendo el sentimiento de inestabilidad, el recuerdo de que una vez en algún lugar pisamos tierra firme,
y ahora nos llega el agua al cuello.

Por eso la vida se nos escapa,
porque nos creemos dueños de ella,
ponemos rumbo fijo, cosemos con delicadeza cada una de las velas,
nos aseguramos de la fluidez del timón, pulimos el casco y las asperezas,
aseguramos el mástil y la conducción…
pero no podemos sortear cada inesperado golpe de mar que azota,
que rompe contra la embarcación, haciendo mella en cada una de las tablas
y sacudiendo cada uno de nuestros principios.

No hay salvación posible para quien no es consciente de la gravedad de su condena.
No hay condena para quien no se atreve a navegar.

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